domingo, 15 de octubre de 2017

Mi inevitable arraigo en la dimensión creativa


Capítulo I (continuación)
Del libro: Hacia la creatividad cuántica
Autora: Lilia Morales y Mori

Hace tiempo había dejado de cargar la caja de ajedrez con sus sonoras piezas de dos colores, y en el camino de mi niñez a los doce años, previo a mi adolescencia, había desarmado varios radios de bulbos, algunas planchas equipadas con una rudimentaria resistencia, mi tocadiscos portátil de 78, 45 y 33 revoluciones, donde escuchaba una y otra vez las hermosas canciones de Edith Piaf. Por supuesto no se escaparon a mi curiosidad las licuadoras, los enchufes y cables eléctricos, las lámparas, las series de foquitos de navidad, los relojes de cuerda y sobre todo los juguetes mecánicos, que terminaban siempre arruinándome las manos, cuando intentaba colocar de nuevo el metálico muelle espiral, dentro de la sencilla maquinaria de cuerda con sus maravillosos engranes.

Mi mente trabajaba de forma vertiginosa pensando en la posibilidad de poder inventar algo, pero en aquella época paralizada en una zona de confort, donde se suponía que todas las cosas del mundo ya se habían inventado, no tenía muchas esperanzas de que alguna brillante idea pasara por mi cabeza. Así que en calidad “de mientras” me di a la tarea de leer, escribir y pintar.

Los primeros libros que leí los encontré también en el librero de mi casa. Lo recuerdo muy bien, la trilogía del escritor francés Jean Paul Sartre, Los caminos de la libertad de la que sólo leí: La edad de la razón. Pero fue en realidad, un bellísimo libro que destacaba por su tamaño en el librero, el que me cautivó enormemente. Una magnífica biografía ilustrada de Leonardo Da Vinci 


Figura 4. Leonardo Da Vinci

Después de hojear con especial fascinación el libro, me di a la tarea de copiar el rostro enigmático del genial artista, filósofo, escritor, científico y otros tantos conocimientos en sus haberes, que merecidamente le otorgaron el auténtico título de polímata. Sobre papel Fabriano y con un lápiz color sepia, tracé el misterioso semblante del hombre que sería un parteaguas en mi vida a partir de ese momento.

Prácticamente copié todas las ilustraciones del libro. En la noche soñaba con algunas de las imágenes y me perdía en un mundo de fantasía, cuando cobraban vida los engranes y se activaba el mecanismo de poleas que giraban hasta la eternidad. Las alas de los aviones eran como libélulas de papel que parecían estrellarse en los molinos de viento, y justo, en el instante previo al impacto, una bailarina sujetaba con una cuerda a un insecto mecánico, lo apretujaba entre sus manos y lo doblaba una y otra vez, hasta convertirlo en un pequeño pedacito, que introducía en su boca y al instante comenzaba a bailar, al ritmo de la melodía “Canción de cuna” de Johannes Brahms.

Durante algún tiempo me inquietó el significado de los símbolos y los misteriosos textos de Da Vinci, pero esto no tenía tanta importancia frente a las hermosas composiciones de los gráficos, me era más que suficiente admirarlos por su belleza descriptiva y su enigmático contenido. Cuando no hubo más material que copiar, inicié mis propios bocetos. Predominaban los extraños aparatos que no servían para nada, pero igual estaban llenos de minuciosas indicaciones, acompañadas de muchos números y símbolos incomprensibles que había visto en los dibujos de Leonardo Da Vinci.

Unas semanas después iniciaron mis vacaciones escolares. Como mi papá era librero, por esas fechas solía llevarme a la editorial. Presentía, como siempre me ha ocurrido cuando voy a tener un evento favorable, que ese día me estaba esperando una gran sorpresa. Recuerdo que siempre antes de entrar en la librería, me quedaba en la calle observando con cierta curiosidad cada uno de los dos enormes escaparates. No tardé en descubrir el libro que me estaba esperando. Era un compendio de la Historia de las Matemáticas editado en dos tomos bellamente encuadernados, en color vino oscuro. Minutos después me encontraba sentada en la enorme sala de juntas, rodeada de una pequeña pero importante colección de pinturas y un suave aroma embriagador, que seguramente emitían los muebles de caoba lustrados con sumo esmero.

Durante más de un mes tuve oportunidad de hojear los libros y tomar apuntes, y por supuesto copiar a lápiz una gran cantidad de ilustraciones muy esquemáticas. En pocos días mi carpeta de “Apuntes Importantes” como la había titulado, estaba llena de nombres de ilustres matemáticos que habrían de acompañarme durante muchos años de mi vida. Así aprendí a admirar a Pitágoras, Platón, Euclides etc. A esa edad en que las niñas casi adolescentes jugaban a las muñecas, yo devoraba los libros que me transportaban al mundo de las ideas de la antigüedad, inundados de reflexiones rigurosas, como los conceptos de Herodoto que asumía que el conocimiento de las matemáticas “era la suma y la síntesis de las Enseñanzas Secretas sobre el Hombre y la Naturaleza”.

En esa época también conocí los números racionales al contemplar un dibujo del “Ojo de Horus” (figura 5) Un poderoso amuleto mágico del antiguo Egipto, representado como símbolo solar que encarnaba el orden, lo imperturbable y el estado perfecto. Observé durante horas los rasgos donde estaban acotadas las respectivas fracciones, y como ciertamente no entendía ninguna de esas imágenes ni palabras, más volaba mi imaginación que se iba desbocando en dibujos extraños que para mí, eran lo suficientemente comprensibles.


Figura 5. Los números racionales en el Ojo de Horus

Los números figurados pitagóricos (figura 6) me inquietaron durante mucho tiempo en mi niñez y mi adolescencia. El suficiente para suponer que todas las cosas podían ser representadas por números.


Figura 6. Números figurados pitagóricos

Pasó cierto tiempo para que pudiera asimilar la visión fundamental de Pitágoras, que asumía el universo como un cosmos, como un todo ordenado armoniosamente, cuando razonaba que el destino del hombre consistía en considerarse a sí mismo, como una pieza de este cosmos donde debía descubrir su propio lugar, manteniendo la debida armonía, deacuerdo al orden natural de las cosas.

Y como todo era número, según lo había entendido en aquel tiempo, me di a la tarea de discurrir una figura que me permitiera en primer lugar, hacer la secuencia numérica del 1 al infinito. Y digo al infinito, porque esa era una palabra nueva para mí, y además tenía un símbolo muy bonito que yo solía poner en la mayoría de mis dibujos. Aunque no entendía mucho su significado, supuse que el infinito sería siempre cualquier número X+1. Al menos me funcionaba muy bien cuando jugaba con mi mejor amigo imaginario, al juego de quién decía -el número más grande- yo siempre decía: el número que tú digas más uno. Lo cierto es que en ese tiempo yo estaba muy lejos de imaginar que existían números inconcebiblemente grandes como el número Pi, que no tardó en aparecer en la incansable curiosidad de mi infantil existencia.

En la búsqueda de una figura que representara una secuencia numérica, lo primero que hice fue trazar círculos concéntricos, después de esto pensé, que me llegaría de inmediato una idea con la imagen de la secuencia de los números, pero no ocurrió así de fácil. Los círculos concéntricos no tenían puntos de referencia, esquinas o vértices, como los cuadrados o los triángulos. Entonces yo me preguntaba, tumbada en el piso donde tenía una caja de colores y mi inseparable libreta: ¿En dónde pondré marcas para que pueda dar forma a la serie de los números naturales? Lo primero que se me ocurrió fue poner una marca en cualquier lugar de cada círculo, pero esto no resolvía el problema, así que me valí de un artificio bastante sencillo, pero en realidad muy eficaz. Tracé una recta uniendo todos los círculos y en cada intersección puse un pequeño punto, (figura 7A)


Figura 7 (A,B,C). Secuencia numérica

El arreglo de la figura 7A, no me convenció del todo porque sentí que carecía de continuidad, sentí como que se estancaba y eso no era lo que yo estaba buscando. Pasaron algunos días, era domingo y en casa habían preparado por primera vez caracoles horneados en salsa con mantequilla. Platillo que hasta la fecha me encanta. Cuando terminamos de comer recogí de los platos las conchas de los caracoles, los lavé muy bien y los guardé en una caja. Más tarde volví a mi dibujo de círculos concéntricos. Observaba detenidamente la perfecta concha de un caracol, cuando se me ocurrió hacer el dibujo B, tal cual se ve en la figura 7. Me puse muy contenta porque pensé que había avanzado algo, no mucho, pero al menos me quedaba muy claro que con este nuevo trazo, se justificaba el crecimiento de los números naturales hasta el infinito.

Como siempre he sido “colorista”, es decir, me encanta llenar de color algunos espacios de mis dibujos, iluminé algunos segmentos del dibujo B, después de iluminarlo, descubrí que de esta manera el dibujo de la figura 7C se parecía más a la concha de un caracol. Se había hecho tarde, así que guardé la caja de los caracoles, los colores y mi libreta en un rincón del closet como siempre solía hacerlo, y me dispuse tranquilamente a dormir.

No puedo decir que esa noche tuve el mejor sueño de mi vida, pero si uno de los mejores. Soñé que me encontraba sentada en el centro del caracol que había dibujado. Estaba jugando a la matatena (jacks) y ya próxima a tomar las diez piezas metálicas de un solo golpe, perdí el control de la pelota que se fue rodando por las escaleras hasta llegar a una puerta donde se encontraba un simpático arlequín sosteniendo un cartel con el número 1. Me sorprendió mucho la presencia de un postigo en ese lugar, porque en mi dibujo yo no había cerrado el acceso en ninguno de los diferentes niveles del caracol.

Me disponía a tomar la manija y abrir la puerta, cuando se me adelantó el personaje de rombos y nariz respingona, quien de un solo brinco bajó al siguiente postigo del caracol. Descendí con cierta curiosidad y cuando vi la siguiente puerta, estaba frente a ella el mismo personaje sosteniendo entre sus manos enguantadas el número 2. Ambos continuamos bajando y abriendo puertas hasta que me cansé de bajar tantas veces, en cambio el singular polichinela (eso me pareció, porque cada vez estaba más jorobado y barrigudo) me retaba a seguirle, mostrándome infinidad de números. Aturdida y cansada, me detuve un instante cuando escuché un sonido apagado como un: tan… tan… tan, me di vuelta y vi la pelota que venía bajando por las escaleras. La atrapé en un abrir y cerrar de ojos, justo en el momento en que me desperté.

Pasaron algunos días cuando volví a retomar los dibujos del caracol, me sentía satisfecha con la figura que había trazado para la secuencia de los números naturales, porque estaba convencida de que nada podía evitar que creciera así hasta el infinito, pero no tardó en surgirme un nuevo dilema. Me había prometido hacer un diseño para los números figurados, y sin lugar a duda, partiría del círculo, porque en ese tiempo, las figuras regulares que mejor conocía eran el cuadrado, el triángulo y el círculo. Así que sin demora me di ese mismo día a la tarea. Los números figurados circulares (figura 8) me parecieron interesantes porque tenían simetría radial. De eso estaba segura, presentaban un punto en el centro y se iban desplazando hacia afuera mediante circunferencias concéntricas, en las que se incluía siempre, la figura del número anterior. El problema era que en aquel tiempo -y confieso que también ahora- me costaba trabajo calcular la distancia entre las circunferencias, de modo qué al representar el siguiente número, se incluyeran cómodamente los nuevos caracteres. En tal caso, supuse que la misma “naturaleza” se encargaría de solucionar ese pequeño problema.


Figura 8. Números figurados circulares

(Continuará) 

Nota: El índice de los capítulos de "Hacia la creatividad cuántica" se encuentra en el cintillo izquierdo del blog. 








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